LA NIÑA DEL COLUMPIO

Anita en los columpios, cuando la conocí, subiendo esas escaleras

Dejadme que os cuente una historia sobre mi vida para que veáis que, lejos de creer en las coincidencias imposibles, parece como si nuestro azar ya estuviera prededeterminado.

Esta historia real comienza cuando a los nueves años de edad acudí a la boda de mis tíos Andrés y Mari. El convite se dio en la Colonia Güell donde se casaron; curiosamente, donde muchos años después el destino me tenía reservado convertirme en guía de este precioso lugar.

Durante el banquete me fui a jugar fuera del restaurante. Había una niña preciosa de mi misma edad columpiándose, rubita, muy simpática. Se llamaba Anita. Y ambos estuvimos jugando un buen rato. Resultó ser que estaba allí porque sus padres, Juan y Flora, eran amigos de mis tíos. Es más, Juan y Andrés habían trabajado juntos, ambos eran artesanos de vidrio soplado y se profesaban una bonita amistad.

Anita, en el centro, junto a sus padres y hermanos

Sobre los 23 años, una noche fuimos mi medio hermano, Juanito y el que esto escribe, a una popular sala de fiestas en Barcelona, Imperator. Allí conocí a una chica rubia preciosa y simpatiquísima. Sin yo saberlo, acababa de encontrarme con la misma Anita del columpio de la Colonia Güell. Comenzamos a salir juntos y lo recuerdo como una de las etapas más bonitas de mi vida.

Casi un año después, estando paseando con mis amigos por las fiestas de Gracia, me topé con una amiga de la juventud. Estábamos hablando y paseando por las conocidas fiestas, cuando me encontré con Anita y una amiga suya. Me alegré mucho de verla, pero mi sinceridad me perdió. Como me encontró con esta amiga conversando, le expliqué que habíamos sido «rolletes» en la adolescencia. El resultado es que Anita se enfadó mucho y se fue indignada de allí. Fue entonces cuando comprendí que no siempre se ha de ser tan trasparente, que a veces es conveniente ocultar ciertos detalles para no enojar a las personas que amas. Demasiado tarde.

No me atreví a llamar a Anita a su casa. En la década de los años 80 aquello significaba marcar el teléfono de casa de sus padres, pasar la vergüenza de que se pusiera al auricular alguno de sus progenitores y luego intentar convencer a Anita de que se colocara al aparato. Había que tener valor, no lo de ahora que, con un simple mensaje de WhatsApp, está todo solucionado.

Ana cuando tenía 23 años, cuando comenzamos a salir juntos

Estuve buscando a Anita por las discotecas y lugares de Calella durante varios meses, donde sabía que podía encontrarla, pues era los sitios que ella frecuentaba, pero nunca la encontré.

Años después, rondando los 40 años, fui a ver a mi tío Andrés a su taller. Llegando a escasos 100 metros me pareció ver salir del mismo a Anita y una persona de edad avanzada. Quizás mi vista fallaba o me imaginaba cosas. Al entrar al taller de mi tío, le pregunté si aquella chica se llamaba Ana. Me contestó que sí y que venía acompañada de su padre, Juan. Allí, en aquel momento, me di cuenta de que Anita era la misma persona que conocí en un columpio, la misma chica con la que estuve saliendo en mi juventud. Así que le supliqué a mi tío Andrés que me diera el teléfono de Juan. No me lo quiso dar y allí quedó todo. Lo malo es que estuve varias noches sin dormir, porque no me la podía quitar de la cabeza.

Ha sido terminar la pandemia del COVID y llevarme una de las mayores alegrías de mi vida. Anita se puso en contacto conmigo mediante Facebook, me había localizado por una de esas casualidades. Nos vimos presencialmente y volvimos a sonreír como el primer día, como si nada hubiera ocurrido. Sigo viéndola como cuando teníamos 23 años, con aquella complicidad de antaño, con la misma química que siempre hubo entre nosotros.

Ana y un servidor el día de nuestra boda

Hará unos meses, Anita me contó que la trasladaban a Ciudad de la Justicia en su cargo de funcionaria. Como este complejo de edificios estaba más cerca de mi casa, que no de la suya, pues ella vivía en Arenys de Mar, optamos por irnos a vivir juntos y que así le fuera más sencillo el desplazamiento.

Durante este tiempo estuve pensando y reflexionando. ¿Y si todos tenemos un destino? ¿Y si resulta que nuestras vidas tienen objetivos que debemos cumplir, personas con las que debemos encontrarnos, caminos que debemos recorrer? ¿Y si Anita era quien, desde un comienzo, estaba predestinada a ser mi compañera, para realizar un trayecto juntos por las insondables carreteras del destino?

En nuestra boda, con la entrega de anillos

No se hable más, decidimos hacer caso a las señales que se nos habían mostrado. En una ceremonia muy íntima, con apenas unos cuantos familiares, el 24 de febrero de 2023, Anita y yo nos casamos en un juzgado.

Mi conclusión final es que si el destino, el universo, te pone señales para que cumplas algo, hazlo, no lo dudes, no intentes llevar la contraria a la fortuna, al sino, porque todo está predeterminado y es imposible zafarse de lo que ya está escrito.

CC BY 4.0 Esta obra está licenciada bajo una Licencia Creative Commons Atribución 4.0 Internacional.

6 comentarios

  1. Precioso me alegro por Anna y por ti bonita historia de amor ,sois almas gemelas qué de ahora en adelante todo OS Colomé de Felicidad

  2. Magnífico relato. Me alegro muchísimo y me lo he pasado muy bien leyéndolo.

  3. Qué bonita historia, la vuestra. Os deseo la máxima felicidad .

    • Jo, ahora que compartes este relato, lo encuentro y está muy relacionado con una situación que estoy viviendo. ¡Gracias!! Os deseo infinita 🍀 suerte y mucha felicidad.

  4. Àngels Gimeno

    19 mayo, 2023 a las 18:06

    Me ha emocionado tu relato, Carlos, que nunca perdáis esa química, esa complicidad. El destino es sabio en vuestro caso. Un abrazo muy afectuoso para ambos.

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