Todas las festividades católicas son para tapar aspectos paganos. Lo que acaba de ocurrir con las procesiones de Semana Santa, por ejemplo.

En Sevilla, por poner un ejemplo, en los tiempos romanos tardíos, hubo al menos unas procesiones conocidas, las consagradas a Adonis, denominadas Las Adonías (adjunto una imagen de la escultura de Adonis muerto, por si os suena de algo). Durante una de ellas, la celebrada en julio del año 287, dos cristianas hispanorromanas de Sevilla, Justa y Rufina, habían puesto en el foro un tenderete con objetos de alfarería. Pero a la plaza llegó la procesión romana. Estaba compuesta por mujeres descalzas, danzantes y cantantes, que llevaban en andas una imagen de Adonis. Se trataba de celebrar la resurrección anual del dios de la vegetación al que lloraba otro ídolo, el de Afrodita (la semítica Salambó), también sobre un «paso».

El gobernador Diogeniano castigó la osadía de estas Justa y Rufina, por pelearse, obligándolas a participar en la procesión romana que iba al Mons Marianus para solicitar la fecundidad de los campos. Estos montes del norte del valle del Guadalquivir nada tenían que ver con la Virgen del Rocío, por cierto. Todo ello se contó en el siglo IV en el Breviario de Évora.

En la Roma imperial comenzaron a cristianizarse los desfiles paganos. Por poner un ejemplo, el desfile romano de Ambarvalia, ceremonia que las hermandades agrarias celebraban en mayo para purificar los campos, y las Robigalia del 25 de abril, que pretendían preservar el trigo de las plagas periódicas como el robigo, el tizón o rabillo de nuestros campos. Pronto aparecieron las velas como elemento purificador.

Lo que ahora conocemos como Semana Santa no es más que la continuación sincrética (asimilación de partes de antiguos cultos modificando algunos elementos, aprovechando los antiguos espacios sagrados y las costumbres o tradiciones milenarias de los fieles que se resisten a abandonar sus antiguas prácticas) de los milenarios ritos que comenzaron en el neolítico con los primeros cultivos hará 8,000 años y que se dan en la primera luna llena tras el equinoccio de primavera. Marcaba ese el momento de sembrar la cebada, el primer cultivo humano cuya semilla tiene que enterrarse (“morir”) para rebrotar con nueva vida.

EL 15 de marzo el se conmemoraba con una procesión de porteadores de cañas (los cannofori) el nacimiento de Atis, expuesto en una cuna de cañas en las aguas de un río, o el encuentro del mismo en un cañaveral, en el que se habría escondido tras su castración. A continuación, se procedía al sacrificio de un buey de fertilidad y se guardaba entonces una semana de continencia y abstinencia, en la que no se podían consumir ciertos alimentos como cerdo, pescado, pan o granadas.

El 22 de marzo se celebraba la ceremonia del árbol. Una hermandad religiosa, la dendrophori magnae deum matris (o congregación de porteadores de árboles de la Diosa Madre Isis) cortaban un pino en un bosquecillo consagrado a la Madre de los Dioses. La operación de la tala del árbol —que debía ser cortado y nunca arrancado de raíz— se realizaba a la salida del sol. El pino cortado era entonces envuelto en vendas de lana, como según los viejos relatos frigios Cibeles había hecho con el cuerpo de Atis. Las ramas se adornaban con violetas y con los atributos del dios: la siringa, el cayado, el pandero, los címbalos y la doble flauta; una figurilla de Atis, probablemente de madera, se colocaba por último entre las ramas. Partía entonces un cortejo que recorría las calles de la ciudad y los galli desfilaban llevando sueltas sus largas cabelleras, tocando sus panderos y golpeándose el pecho en señal de duelo. Los dendrophori, provistos de ramas de pino y de antorchas, entonaban cantos fúnebres. Al término de la procesión, el árbol quedaba expuesto fuera del templo a la adoración de los fieles y transcurrido cierto tiempo se verificaba el sepelio entre un coro de lloros, clamores y música de címbalos y tímpanos. Muchos devotos permanecían toda la noche en el santuario turnándose en la vela del árbol muerto.

El día 26 era jornada de descanso y el 27 de marzo, en época imperial tenía lugar la procesión pomposa de la estatua de piedra de Cibeles sobre un carro de plata hasta el río Almo, pequeño afluente del Tíber, donde era lavada (lavatio), junto con los demás objetos sagrados, por el archigallus vestido de púrpura (color de la diosa), quien luego la secaba y la espolvoreaba con ceniza. Así se aseguraba la fecundidad de las mujeres, la fertilidad de los campos y, sobre todo, el renacimiento de las almas en una vida nueva, lejos de los sufrimientos y penalidades de la vida terrenal. Finalizado el acto, regresaban al templo en procesión.

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