Barcino, colonia romana relevante, brinda algunas referencias indirectas sobre temas lúdicos. Pese a que no hay rastro alguno arqueológico ni documental, ¿es lógico sospechar que tuviera una arena?
La historiadora Jordina Sales Carbonell, del Grup de Recerques en Antiguitat Tardana de la Universitat de Barcelona (UB), ha realizado una investigación que le permite sustentar la hipótesis de que la Barcelona romana disponía de una arena o anfiteatro, y sospecha que se hallaba justo donde luego fue levantada encima primero la iglesia de Santa Eulàlia (más tarde denominada Santa Maria de les Arenes) y después Santa Maria del Mar.
Seis son los argumentos básicos en los que la historiadora Sales fundamenta su hipótesis.
Primero. El documento más antiguo conservado en el que aparece citada Santa Maria de les Arenes se remonta a 1104. Este nombre, contrariamente a lo que pudiera insinuar, no se refiere a la playa cercana; y es que ahora sabemos, a diferencia de lo que se había apuntado en tiempos, la línea costera estaba aproximadamente donde hoy se encuentra. Este nombre bien podría estar relacionado con la arena de Barcelona.
Segundo. La minuciosa y solvente excavación llevada a cabo por Marià Ribas (publicada en 1977) en el interior de Santa Maria del Mar informa del hallazgo de arenas allanadas uniformemente y en las que después se excavaron las numerosas tumbas (de los siglos IV a VI) que formaban una extensa necrópolis tardoantigua. No parece razonable que en este periodo se tendiera la mencionada capa de arena para, a renglón seguido, excavarlo y llegar a materializar más de un centenar de enterramientos. Así pues, es más lógico sospechar que la superficie de arena aplanada hubiera sido situada allí con anterioridad y con un fin.
Tercero. Una simple observación aérea de la trama urbana de esta zona de la Ciutat Vella transmite la percepción visual de que se dibujan entorno a Santa Maria del Mar una serie de formas elípticas y de distinto radio. Se trata de una realidad también observable en las trazas urbanísticas de Lecce o Córdoba, y también en Lucca y Florencia. Es la adaptación urbanística posterior a un espacio preexistente. Por ejemplo, la curvatura del edificio frontero a la fachada principal de la iglesia de Santa Maria del Mar o la que originalmente se advertía en la calle Sombrerers. En el supuesto que la arena hubiera estado en el espacio que ahora ocupa Santa Maria, esta estructura lúdica romana tendría la misma superficie de otros anfiteatros romanos existentes en Hispania. Una gran concentración inusual de bóvedas y arcos medievales en las calles del citado entorno permiten no descartar que alguno tuviera un origen mucho más antiguo, al tratarse de soluciones arquitectónicas habituales en arenas.
Cuarto. El recinto amurallado de Barcino era pequeño. De poseer una arena, forzosamente tendría que haber sido colocada extramuros. La calle Argenteria, eje viario ya existente en el periodo de Augusto, unía el portal nordeste y el llano donde hoy se alza Santa Maria. Sería ilógico haber tendido aquella vía para no conducir a ninguna parte; de ahí que no sea aventurado pensar que permitía llegar a una infraestructura existente: quizá la arena.
Quinto. El no haber hallado resto alguno de una necrópolis alto-imperial indica que la zona no era entonces de uso funerario como nos cuenta el mito de Santa Eulaiia, posiblemente porque estuviera entonces ya ocupada por la mencionada arena.
Sexto: El espacio medieval del Born, de signo lúdico, fue emplazado significativamente al lado, al haber ya sido ocupado el lugar por el templo de Santa Maria.
Y ahora una historia desconocida sobre el origen de las columnas del Palau de la Generalitat.
La historia de las cuatro columnas que presiden la entrada del Palau de la Generalitat en la plaza Sant Jaume de Barcelona son en realidad de la Tarraco romana.
Estas cuatro columnas de granito fueron elaboradas en la región de Troya (la Tróade), en la actual Turquía.
Los arqueólogos afirman que un conjunto de 45 columnas viajeras debió de llegar a Tarraco con motivo de la estancia del emperador Adriano en la ciudad, que tuvo lugar durante el invierno del 122-123 d.C.
El destino de los fustes habría sido el foro provincial y, más concretamente, el templo dedicado al emperador Augusto, restaurado en aquella época. Coronaban las columnas capiteles de mármol del Proconeso, en la actual Turquía.
Una vez el Imperio Romano se vino abajo, algunas de la columnas fueron utilizadas en la construcción de una iglesia, hoy desaparecida, en la zona de Sant Pere Sescelades, unos kilómetros al norte de Tarragona.
Fue en el siglo XVI cuando las columnas troyanas de esta iglesia empezaron a ser reutilizadas y así fue como, en el año 1598, cuatro de ellas fueron trasladadas hasta Barcelona para presidir la fachada del palacio de la Generalitat.
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