He tenido que ver cómo, en el programa de Iker Jiménez, Paco Pérez Abellán parecía desvelar las claves del asesinato del General Prim hasta que, para mi sonrojo, la cosa acabó con el contubernio judeo-masónico de siempre. Ante semejante desfachatez, o bien por desconocimiento de la historia, o bien por inclinaciones políticas, voy a agregar la parte final que no se atrevió a concluir Paco Pérez Abellán.

En noviembre de 1842 una sublevación de demócratas y republícanos en Barcelona obligó al General Espartero a sofocar esta rebelión si quería mantener su poder. La ciudad fue bombardeada y la popularidad de Espartero despareció al mismo tiempo. Prim denunció que se había llegado a esa situación por los errores gubernamentales. Prim estuvo a punto de ser detenido, pero logró pasar a Francia, volviendo después a Girona hasta que fue reelegido para el Congreso unos meses después.

En mayo de 1837 estalló la insurrección contra Espartero. Prim fue nombrado brigadier de la infantería y ordenó el ataque contra las fuerzas de Espartero, cada vez con menos apoyos. En julio Espartero salió para Lisboa y después hacia Londres. Como resultado de la sublevación el General Serrano quedó nombrado como ministro universal.

Prim recibió el título de conde de Reus y fue nombrado gobernador militar de Madrid. Su fama crecía de forma imparable. Ya no sólo entre los militares, políticos y financieros vitoreaban al héroe de las batallas.

Se descubrió un plan para matar a Narváez (presidente del Consejo de Ministros) en 1844 al que seguiría un levantamiento en varias provincias. Se acusó a Prim de ser el instigador del complot conocido como «conspiración de los trabucos», aunque él lo negó tajantemente. Fue detenido y condenado a seis años de prisión. Por intercesión de su madre ante Narváez, éste le concedió el indulto.

En estos convulsos tiempos, según el general Prim no había razón para entrar en guerra con México en 1856, ya que, además, la deuda contraída con nuestro país no parecía ser del todo clara.

Pero la situación dio un vuelco debido a los avances de los revolucionarios liderados por Juárez que dominaban Guadalajara, Puebla y Ciudad de México en 1861. El Congreso mexicano decidió no pagar la deuda extranjera durante dos años. Francia e Inglaterra rompieron sus relaciones con México. La guerra no se hizo esperar.

Serrano impelía a Prim a la batalla. Éste quería evitarla a toda costa.

Finalmente, en febrero de 1862 el ministro de Asuntos Exteriores mexicano y el general Prim como representante de las tres naciones en litigio llegaron a un acuerdo. Aunque no satisfizo a todos, fue aceptado. Sin embargo, poco a poco, los acuerdos se volvieron a convertir en desavenencias. Uno de los puntos más conflictos era el empeño de Napoleón III en convertir a México en una monarquía bajo el reinado de Maximiliano de Austria. Para Prim quedaba claro que Juárez contaba con el respaldo popular. Prim quiso retirarse de México pero se encontró con la oposición del general Serrano que no quiso facilitarle el regreso a Cuba.

Cuando regresó a Madrid, Prim tuvo que enfrentarse a las acusaciones referentes a su actuación en México. Sobre todo se le recriminó no haberse ocupado de los españoles, unos 30.000, que vivían en México y habían sufrido, supuestamente, atropellos por parte del gobierno de Juárez. Decían que Prim había puesto en peligro los intereses de España, que había querido asegurar los suyos propios e, incluso, que pretendía ser coronado rey de México. De hecho no se consiguió cobrar la deuda, cosa que los ingleses sí consiguieron. Tampoco se pudo derrocar a Juárez.

En éstas, en España un levantamiento en 1866 que fracasó. Prim fue acusado por parte del Gobierno y la prensa. Se defendió en su ‘Manifiesto a los españoles’ publicado en Portugal. Prim demostraba su voluntad de continuar en la lucha hasta el triunfo. Este manifiesto puso en un compromiso al gobierno portugués que obligó a Prim a abandonar el país. En Madrid se celebró un Consejo de Guerra acusando a Prim de sedición y condenándole a muerte.

En agosto de 1866 los exiliados se reunieron en Ostende. Entre ellos estaban Prim, Sagasta (masón, Gran Maestre del Oriente de España) y Ruiz Zorilla (masón, Soberano Comendador del Gran Oriente de España), siendo un grupo de unas cincuenta personas. Querían determinar su posición frente al gobierno, la reina y la dinastía. Se afianzó la alianza entre demócratas y progresistas. El objetivo era destruir las altas esferas del poder y formar una asamblea constituyente elegida por sufragio universal. El problema para llevar a cabo esta acción era la falta de dinero. Se creó un comité revolucionario para preparar la revolución a cuyo mando estaba Prim.

El 17 de septiembre de 1868 Prim, Sagasta y Ruiz Zorilla desembarcaron en Gibraltar. Al día siguiente comenzó oficialmente la Revolución. Prim aceptó que el general Serrano figurase al frente de la misma. La población gaditana se sumó a la sublevación. Poco después Sevilla y Almería se unieron a la misma.

En Madrid el Gobierno de González Brabo fue sustituido por el marqués de la Habana. A finales de septiembre Madrid cedía a la revolución y la reina Isabel II partía para Francia. A los ojos del pueblo, el héroe de la Revolución era Prim.

La Revolución fue fruto de la unión de unionistas, demócratas y progresistas con el fin común de derrocar a Isabel II. Allí se acababan sus puntos en común.

Los unionistas y progresistas eran monárquicos. Querían una monarquía elegida por sufragio universal aunque cada partido tenía sus propios candidatos.

Los demócratas se subdividían en varios grupos, los republicanos federales, los republicanos unitarios o los cimbrios a favor de la monarquía.

El Gobierno provisional quedó formado por el general Serrano como Presidente y Prim en el Ministerio de la Guerra y con cinco ministros progresistas y tres unionistas.

Sagasta era Ministro de Gobernación y se encargó de regular el sufragio universal, establecer la libertad de imprenta, de asociación y de mantener el orden público.

Ministro de Fomento era Ruiz Zorilla que decretó la libertad de enseñanza y un nuevo plan de estudios, liberalizó la creación de las bolsas de Comercio y organizó las carreras profesionales.

Sin embargo las Juntas Revolucionarias se negaban a aceptar la autoridad del Gobierno.

En enero cuatro millones de votantes estaban llamados a elegir a sus representantes. Votó un 70% en su mayoría a favor de los monárquicos. Ahora había que redactar la nueva Constitución.

En el Congreso se planteaba la búsqueda de un nuevo monarca. Fue ahora cuando Prim pronunció sus famosos tres ‘jamáses’ refiriéndose a que la dinastía de los Borbones no volvería nunca.

Los republicanos querían seguir su lucha particular. Los defensores de Alfonso XII comenzaban a hacerse notar.

Entre los candidatos a rey estaba, como siempre, el duque de Montpensier apoyado por los unionistas que había invertido grandes cantidades de dinero tanto en las actividades bélicas como en conseguir apoyo a través de periódicos afines a su causa.

Los progresistas por su parte habían contactado con Fernando de Coburgo, rey consorte de Portugal. Sin embargo esta opción no gustó en Portugal porque se temía que España quisiese anexionarse Portugal. Lo mismo se pensaba en Inglaterra y en Francia.

Se contactó con el duque de Aosta, futuro Amadeo I de España y el duque de Génova, ambos rechazaron el ofrecimiento de la corona de España. Sin embargo, por intercesión de Prim, Amadeo de Saboya aceptó a venir a España para examinar las opciones de presidir el país como rey.

En la tarde del 27 de diciembre de 1870, el general Prim salió del Congreso y subió a la berlina que lo esperaba en la puerta. Con él subieron dos de sus más estrechos colaboradores, Práxedes Mateo Sagasta (masón, Gran Maestre Soberano Comendador del Gran Oriente de España) y Herrero de Tejada (comerciante y masón), pero antes de que el coche se pusiera en marcha se bajaron del mismo y fueron sustituidos por otros dos, González Nandín y Moya, que eran los guardaespaldas de Prim. Al parecer se habían recibido rumores de un posible intento de asesinato de Prim.

El cochero puso en marcha la berlina y enfiló la calle del Turco. Esto ocurría entre las 18 y las 19 horas. Afuera nevaba débilmente, la noche estaba oscura y las calles desiertas. Uno de sus ayudantes vio desde su asiento cómo un hombre encendía un fósforo y, al poco, pero un poco más adelante, otro desconocido, como si de una contraseña se tratara, vuelve a repetir el mismo sospechoso acto y la berlina se detiene; la calle está obstruida por un coche allí parado. Entonces ven cómo otro coche se dirige hacia ellos en sentido contrario, para detenerse en frente de la berlina de Prim y salir desde éste ocho hombres embozados que rodean su vehículo. Los tres hombres y el cochero se alarman, pero no tienen tiempo de reaccionar. Los embozados rompen los cristales con sus trabucos y una voz grita: “Prepárate, que vas a morir”, y poco después se ordena: “¡Fuego!

La reacción del cochero es inmediata, arranca la berlina, consigue sortear su obstáculo y tira por la calle de Alcalá hasta la entrada de la calle del Barquillo. A las 19:30 horas llegan al palacio de Prim, en el Ministerio de la Guerra. El general baja por sí mismo del coche y se dirige hacia sus habitaciones, donde van a hacerle la primera cura los médicos militares, pues viene herido. Según ha quedado constancia en el sumario del caso Prim:

“Tiene herida la mano derecha, con pérdida del dedo anular y fractura de los metacarpianos segundo y tercero; el hombro izquierdo está destrozado por varias heridas de bala que ocasionan fractura de la cabeza del húmero y de la cavidad glenoidea de la escápula. En el codo izquierdo presenta otra herida de bala que origina fractura de cabeza del radio. Las heridas son graves, pero no parecen mortales de necesidad”.

No han faltado los historiadores que, reconociendo el innegable mérito del general Prim en la Historia de España, han querido atribuir su muerte a la masonería. Sin embargo, esta teoría pertenece al capítulo de la especulación y de la pamplina histórica. La misma noche del 27 de diciembre tenía una cena masónica en el Hotel de las Cuatro Naciones en la calle del Arenal, lo que se llama una tenida obligatoria con el resto de sus hermanos; porque sí, desde luego, Prim era masón.

Ni siquiera el novelista Benito Pérez Galdós, que nunca comulgó con las ideas de la masonería y, en ocasiones, se opuso terminantemente a ella, creyó que los masones tuvieran parte en la muerte de Prim. De hecho, Galdós le dedicó uno de sus Episodios Nacionales a la figura del General, y en ese libro especula sobre la reunión a la que debió haber asistido Prim si no hubiera sido asesinado. En mitad de la cena imaginada por el novelista, un militar masón llegó demudado y habló al oído del venerable presidente, que al conocer la noticia se levantó solemnemente y dijo:

“Hermanos, imposible callar, no puedo ni debo ocultaros la verdad terrible. El hermano Prim ha sido asesinado”.

Qué duda cabe, con la muerte del General Prim el reinado de Amadeo de Saboya estaba destinado al fracaso. Amadeo de Saboya era el rey que Prim siempre había querido para España.

Amadeo de Saboya fue el segundo hijo de Víctor Manuel II, rey de Piamonte-Cerdeña y, desde 1861, rey de Italia, de la Casa de Saboya, y de María Adelaida de Austria (bisnieta de Carlos III de España, por ende tatarabuelo de Amadeo).

Se casó en 1867 con María Victoria dal Pozzo della Cisterna, princesa de La Cisterna y Belriguardo, con quien tuvo tres hijos: Manuel Filiberto, II duque de Aosta, Víctor Manuel, I conde de Turín, y Luis Amadeo, I duque de los Abruzos. Tras la prematura muerte de su primera esposa (8.XI.1876) y un largo periodo de viudedad, Amadeo se casó de nuevo en 1888 con su propia sobrina la princesa francesa María Leticia Bonaparte (hija de su hermana María Clotilde, casada con Napoleón José Bonaparte) con quien tuvo un hijo más: Humberto de Saboya-Aosta, I conde de Salemi.

Recibió una formación militar propia de los miembros de la realeza y su valor lo demostró suficientemente en la batalla de Custozza. Fue masón, alcanzando el grado 33 del Rito Escocés Antiguo y Aceptado.

Amadeo I contaba con el apoyo de los partidos progresistas y, especialmente, de Prim. Desgraciadamente Prim, como sabemos, fue asesinado justo antes de que Amadeo jurara su cargo en 1870. Tuvo este rey que enfrentarse a situaciones muy difíciles y complicadas, conspiraciones republicanas y borbónicas, la guerra Carlista, la guerra en Cuba, conflictos internos de los distintos partidos políticos….. Sólo contaba con el apoyo del partido liberal que, a su vez, se dividió en el partido radical y el partido constitucional, empeorando todavía más la situación.

Además hay que tener en cuenta que Amadeo no poseía habilidades políticas específicas ni unos conocimientos especiales. No hablaba español y tampoco aprendió el idioma.

Finalmente, en 1873, renunció al trono considerando que los españoles eran ingobernables. Había sido rey de este país durante 3 años y realmente no consiguió ser aceptado. Los partidos políticos no le querían, porque no representaba sus intereses, la aristocracia tampoco sentía simpatía hacia él porque le consideraba simplemente un intruso, al seguir con la Desamortización tampoco contó con el apoyo de la Iglesia y el pueblo no quería un rey que ni siquiera supiera hablar su lengua.

Regresó a Turín con el título de Duque de Aosta. Murió en esa misma ciudad en 1890.

Tras la salida de Amadeo I de España, se proclamó la Primera República. El Congreso se autoproclamó como gobierno en la Asamblea Nacional. La mayoría de los políticos pertenecían a los dos partidos monárquicos, el Partido Radical liderado por Ruiz Zorrilla y el Partido Constitucional con Sagasta a la cabeza. También había una minoría republicana subdividida en grupos más pequeños. De 1873 a 1874 la República contó con 9 gobiernos diferentes. Finalmente el General Pavía llevaría a cabo un golpe de estado al que siguió un segundo período de gobiernos temporales. Durante este tiempo Cánovas del Castillo apoyó el regreso de la monarquía borbónica personificada en Alfonso XII. El general Martínez Campos también se expresó en favor de Alfonso XII.

Finalmente, en enero de 1875, Alfonso XII fue proclamado rey de España.

Las conclusiones provisionales de la Comisión Multidisciplinar Prim de Investigación de la Universidad Camilo José Cela apuntan a que el presidente del Consejo de Ministros y hombre fuerte del régimen provisional instaurado en 1868, Joan Prim i Prats, murió estrangulado (y no desangrado o por la infección de las heridas, como se había creído hasta ahora) mientras yacía en su propia cama, agonizando a causa de los trabucazos recibidos poco antes del atentado perpetrado en la calle del Turco (hoy Marqués de Cubas) de Madrid, el 27 de diciembre de 1870.

Tras practicarle numerosas pruebas a la momia del general, muerto hace 142 años, los forenses y científicos han detectado la existencia de unos surcos en el cuello que, al parecer, no obedecen al proceso de momificación del cuerpo, sino que se trataría de marcas producidas antes de morir por una correa de cuero con la que Juan Prim habría sido estrangulado en su lecho de muerte.

Prim se ganó la enemistad declarada de los Borbones al proclamar por tres veces en el Congreso en un célebre discurso que “jamás” esa dinastía volvería a reinar en España. A la inquina de los isabelinos se sumó, al ver frustrados sus planes, el odio de don Antonio de Orleáns, duque de Montpensier (y Borbón por parte de madre), quien aspiraba al trono de España tras ser derrocada su cuñada, la reina Isabel II (tatarabuela de don Juan Carlos).

Otro actor notabilísimo de esta tragedia fue el Regente del régimen, el general Francisco Serrano, a quien Prim convirtió en jefe del Estado, pero despojándole de todo poder efectivo. La animadversión de Serrano a Prim es algo ya fuera de toda duda. Incluso parece más que fundado que personas de su círculo más íntimo contrataron a los asesinos, comandados por el exaltado periodista y agitador Paúl y Angulo. También irrumpe en escena, aunque en un segundo plano, el hombre clave de la Restauración alfonsina: Antonio Cánovas del Castillo, a quien, según algunos testimonios, se informó de inmediato de la muerte del presidente del Consejo.

Serrano se convirtió en el favorito de la reina Isabel II, quien en 1843 había sido declarada mayor de edad -a la edad de 13 años- y tres años después contrajo matrimonio, en contra de su voluntad, con su primo hermano, el infante Francisco de Asís de Borbón. Su ascendiente en la corte de la joven reina, con quien mantuvo relaciones sentimentales y de la que recibió numerosos favores -por ello era conocido como «el General Bonito»-. Por supuesto Serrano nunca fue masón.

Desde el primer momento se sospechó de José Paul y Angulo que como director del periódico El Combate había publicado tan sólo unos días antes sobre Prim “Hay que matarlo como a un perro sarnoso”. El mismo día del atentado el General Prim encontró a José Paul y Angulo a la salida del Congreso de los Diputados, y aún a sabiendas del odio que le profesaba, le ofreció subir a su carruaje, a lo que éste le respondió: “A cada cerdo le llega su San Martín”. José Paul y Angulo tampoco era masón.

Antonio Cánovas del Castillo desde 1873 encabezó la causa Borbónica y cuando el general Martínez Campos proclamó rey a Alfonso XII, tras un pronunciamiento militar, se convirtió en un indiscutible del nuevo régimen. Cánovas tampoco era masón.

Concluyendo. Ningún masón acabó con la vida de Prim.

Y sin embargo, éste fue asesinado. ¿Por orden de quién? La respuesta es más que evidente. Será la dinastía borbónica la que más intereses tendrá en este asunto. Una vez más todo apunta a un Borbón, Alfonso XII, y sus secuaces y partidarios.

De modo que demos al César lo que es del César, y al Rey lo que es del Rey. Harto de escuchar conspiraciones judeo-masónicas seré yo quien se atreva a decir lo que Pérez Abellán no quiere concluir en su trabajo sobre la muerte de Prim, que ésta no se debió a ningún complot masónico, sino a la mano firme y contundente de un Borbón, Alfonso XII.

¿Pero de dónde sale que periodistas de tres al cuarto como Francisco Pérez Abellán, integrante de la derecha relacionada con la Conferencia Episcopal Española, se atreva a afirmar que Prim fue asesinado por masones?

Primero leamos lo que él mismo escribió en uno de los artículos publicados en Libertad Digital:

http://www.libertaddigital.com/espana/2012-11-20/perez-abellan-prim-murio-en-una-guerra-entre-masones-1276474755/

No hubo ningún ritual masónico en la muerte de Prim porque, sencillamente, tal y como comenta Benito Pérez Galdós en sus Episodios Nacionales, aquel día Prim iba a la Tenida del Solsticio de Invierno. O sea que la coincidencia de día se debe a este particular.

La leyenda antimasónica, según la cual Joan Prim i Prats fue asesinado por sus propios hermanos masones se debe a Léo Taxil [Los Misterios de la Francmasonería, Imprenta y Librería de la Inmaculada Concepción, 1887, págs. 682 – 683, passim] que atribuye “la ejecución masónica” al deseo de Prim de que Amadeo de Saboya gobernara de forma efectiva en lugar de permitir a la Orden ejercer el poder,

¿Pero no es Leo Taxil el personaje de la famosa broma de Taxil donde él mismo reconoce que se inventó una serie de mentiras sobre la masonería? Sí, el mismo.

La historia está descrita en la Wikipedia:

https://es.wikipedia.org/wiki/Fraude_de_Taxil

Una burda e insostenible simplificación, que todavía se desprestigia más cuando se incluye en un catálogo de asesinatos “masónicos”, donde otro ultraderechista,, Mariano Tirado y Rojas [La Masonería en España. Ensayo introductorio, Imprenta de Enrique Morato y Hermano, Madrid, 1892, Tomo II, págs. 171-188], atribuye el asesinato al Tiro Nacional, que considera un centro de influencia masónica.

Y en el fraude o broma de Leo Taxil se basa el periodista Francisco Pérez Abellán para atribuir la muerte de Prim a una conspiración masónica. ¡Vivir para ver!

CC BY 4.0 Esta obra está licenciada bajo una Licencia Creative Commons Atribución 4.0 Internacional.