Las juderías surgieron en principio como resultado de la intolerancia practicada por los cristianos y del deseo por parte de los judíos de mantener su unidad y exclusividad. El papa Pablo IV creó la primera judería legal en Roma en el año 1555. Juderías similares fueron creadas en la mayoría de los países de Europa durante los tres siglos siguientes. Solían estar rodeadas por murallas y sus puertas se cerraban al anochecer. En muchos casos los judíos estaban obligados a llevar un identificativo cuando salían fuera de su recinto. La abolición de este sistema se produjo a raíz de la Revolución Francesa y de los movimientos liberales del siglo XIX. En 1870 la judería de Roma, la última legal que quedaba en Europa, fue abolida por Víctor Manuel II, rey de Italia.

Call , como se les conoce en catalán, y  del hebreo kahal (???), es la palabra utilizada en para designar las juderías o barrios judíos. Sólo hace referencia al espacio físico, en ningún momento se utiliza este término como sinónimo de comunidad judía.

Los calls más importantes fueron los de Barcelona, Girona y Palma de Mallorca.

El Call de Barcelona estaba en el actual Barrio Gótico, en los alrededores de la catedral. Era el call más grande, con una población de unas 5.000 personas. Entre la plaza de Sant Jaume y la calle de Sant Honorat se encontraba una de las dos puertas de la judería. La actual calle de Sant Domènec del Call era la arteria principal del barrio. Debe su nombre a la destrucción del mismo, que tuvo lugar a consecuencia de un linchamiento el 5 de agosto de 1391, festividad de santo Domingo. El saqueo duró dos días, durante los cuales fueron asesinados 200 judíos y expulsado el resto.

Recientemente el historiador Jaume Riera i Sans ha podido documentar el emplazamiento de la antigua sinagoga mayor de la judería de Barcelona en la confluencia de las calles Sant Domènec del Call y Marlet. Parece que el emplazamiento de la sinagoga está claro, aunque no los restos arqueológicos que se han podido conservar.

Entendemos que el edificio primitivo era exento, es decir, no tenía ningún edificio colindante. Lindaba al Norte con la llamada calle de la Escola Major, al Este con la calle Marlet, al Sur con el Carrer de les Dones, sobre el que se construyó un angosto edificio en el s.XIX, y al Oeste tenía un atrio, hoy ocupado por un pequeño local comercial. En la pared Norte exterior se encuentra la efigie de Santo Domingo, colocada allí al cambiar el nombre de la calle. Los edificios emblemáticos de las juderías se cristianizaban con la efigie de algún santo.

A partir de entonces, la calle cambió su nombre por la de Sant Doménec y el edificio pasó, junto a todos los bienes de la comunidad, a ser propiedad del rey.

Nos encontramos, pues, ante un edificio cuyos cimientos se remontan a época romana, en algunos lugares con construcciones superpuestas alto-medievales, una estructura central del s. XIII, y modificaciones efectuadas en el s. XVII, cuando se construyeron los pisos superiores.

Vamos a entrar desde la calle Marlet por una puerta minúscula. Deberemos agacharnos.

Sinagogas

La sinagoga es el lugar de reunión, de oración y también de estudio y formación por excelencia del judaísmo histórico. El 5 de agosto de 1391, la sinagoga, así como el resto de edificios del barrio fueron asaltados. Fue un golpe que la comunidad judía barcelonesa, como el resto de los judíos de la Corona de Aragón, no pudo superar. Se liquidó la aljama, la mayoría se convirtieron al cristianismo, sus propiedades comunales fueron expoliadas por el rey y las privadas fueron malvendidas. La torre del portal de acceso a la judería fue derribada y parte del barrio cuarteado.

Poco después de la destrucción de la judería de Barcelona (a la que la documentación de la época se refiere), se inicia la ampliación del Palau de la Generalitat sobre les casas derruidas del Call. Cuando a principios del siglo XX se llevaron a cabo excavaciones arqueológicas en el palacio, aparecieron sus restos bajo el Pati dels Tarongers. Las calles de la judería, como ha pasado en todas las épocas de la historia, fueron rebautizadas con nombres más adecuados al momento: la calle principal, la de la Sinagoga, fue rebautizada con la festividad del santo en que se produjo el asalto y desaparición de la judería, santo Domingo, el trágico 5 de agosto, y se colocó su imagen sobre la puerta de acceso a la extinta sinagoga (la hornacina con el santo todavía se conserva, pese a que su ubicación y la imagen probablemente hayan cambiado). También se rebautizó la calle de la Font, donde, como su nombre indica, se localizaba la fuente pública de los judíos, que tenían prohibido tomar agua de la fuente de la plaza Sant Jaume, reservada sólo para los cristianos a partir de 1356 aproximadamente; se sabe que a los judíos que iban a buscar agua a la de Sant Jaume les apedreaban y les rompían los cántaros. Esta calle primero se rebautizó con el nombre de calle de la Font de Sant Honorat (cuya imagen debía de estar sobre la fuente, como había pasado en la sinagoga con la de santo Domingo) y después el recuerdo de la fuente se ha perdido para denominarse, como en la actualidad, calle Sant Honorat. Vendidas sus propiedades, y confiscadas otras por la Corona, la ciudad cristiana ocupó muy pronto todo el barrio.

Los judíos catalanes medievales hablaban catalán y hebreo en su vida diaria, un hecho especialmente singular en Europa, donde las comunidades judías asumían exclusivamente la lengua dominante de referencia. Los judíos barceloneses se llamaban Abraham, David, Isaac, Samuel, Salomó, Astruc, Jucef, Bonjudà, Bonsenyor, Bonhom, Bondia, Bendit, Benvenist, Caravita, Perfet, Baruc, Bellshom, Jaffia, Maimó, Vidal, Duran, y las mujeres Regina, Preciosa, Rica, Bonadona, Bonafilla, Dolça, Clara, Goig, Estel•lina, Astruga, Ester o Sara, entre otros. Hoy su recuerdo se ha extinguido completamente de la patronimia, pese a que muchas personas buscan infructuosamente rastros de un posible pasado judío en sus nombres familiares.

En 1492 se fueron todos los judíos que no quisieron convertirse al cristianismo. Su marcha fue recogida de la siguiente manera en el Dietario de la Diputación del General: «1492. Agost. Dijous a [día] II. Jueus. Entraren e surgiren en la plaia de Barchinona una gran nau de Rodes […] e una galeassa grossa de França e VIII entre nauetes e galeons, totes carreguades de juheus que exien de Aragó, de València e de Cathalunya e eren•se enbarchats part en Tortosa e part en Tarragona, exints de dites terres per manament de la maiestat del senyor rey. Restaren•ne en Barchinona circa de XX qui•s faheren christians; los altres ab dites fustes se•n anaren la via de Levant e entre tots eren passats deu mil juheus entre homens, dones e enfants.»

El Barrio Judío

Los límites de la judería medieval de Barcelona están bastante claros: el barrio judío estaba delimitado por las actuales calles Call -que era la entrada principal en su confluencia con la plaza Sant Jaume-, Banys Nous -cuando todavía se erigía en ella la muralla romana que hoy ha quedado oculta bajo los edificios impares de la calle y que es visible en algunos tramos-, la Baixada de Santa Eulàlia, la calle Sant Sever y, por último, la actual calle Sant Honorat, que antes de la construcción del Palau de la Generalitat llegaba prácticamente hasta la calle Bisbe.

A partir de un manuscrito del año 1400 localizado por la profesora Teresa Vinyoles en el archivo de la Catedral de Barcelona, el Llibre de censos o morabatins de Jaume Colom, el historiador y archivero Jaume Riera i Sans ha podido efectuar la reconstrucción virtual de la antigua judería con la localización de sus principales edificios, especialmente el de la sinagoga mayor. Una vez destruida la judería en 1391, y convertidos al cristianismo la mayoría de sus habitantes, estos tuvieron que continuar pagando unas contribuciones voluntarias que habían contraído años antes como rentas anuales con fines piadosos para la comunidad judía (mantenimiento del hospital y la sinagoga, asistencia a los necesitados, etc.).

Desaparecido el barrio judío, y su estatus jurídico dependiente de la monarquía, estas rentas, o morabetinos, pasaron a manos del fisco real, perdieron su originaria función piadosa hacia la comunidad y fueron vendidas, mayoritariamente, a un cambista cristiano, Guillem Colom, que a su vez las dio a su hijo Jaume. La importancia de este documento es que recoge el itinerario seguido, de manera detalladísima, por el procurador en sus visitas a la judería, con la indicación de 87 edificios y sus propietarios, lo que ha permitido la reconstrucción de la estructura del barrio y, cómo no, la localización documentada del emplazamiento de la sinagoga mayor de los judíos de Barcelona.

Los judíos barceloneses medievales disponían, como mínimo, de cuatro sinagogas documentadas: la sinagoga mayor, la sinagoga llamada «Poca» (debajo de la actual capilla de Sant Jordi del Palau de la Generalitat), la sinagoga nueva o menor (bajo los restos de la iglesia de la Trinitat, en la calle Ferran) y la sinagoga o «escuela de las mujeres» (que ocupaba el actual solar en el que se erige un edificio exento en la plaza Manuel Ribé, en la judería), que disponían de un espacio propio para la oración dado que no cabían en otras. Se conoce su localización pese a que la certidumbre de que en la actualidad se hayan podido conservar restos materiales debe tomarse con reservas.

En Barcelona no se conserva, como pasa en Girona o Besalú, ninguna grieta para colocar la mezuzá (pequeño pergamino que contenía una oración escrita) en el marco derecho de las puertas de las casas judías, donde se podía leer la palabra «Todopoderoso» y que los devotos estaban obligados a tocar al entrar y salir.

Barcelona, igual que Girona, cuenta con numerosos restos arqueológicos judíos, como por ejemplo lápidas con inscripciones hebraicas que han sido reutilizadas a lo largo del tiempo como materiales de construcción y que son visibles en la actualidad en el Palau del Lloctinent (en la plaza Sant Iu, delante de la puerta de acceso al patio del Museu Marès, se puede contemplar una a pie de calle), en el subsuelo de la Plaça del Rei, en el Museu Militar de Montjuïc y también al lado de la capilla románica del Poble Espanyol.

Otros han aparecido como resultado de excavaciones arqueológicas en cierto modo inesperadas, como es el caso de la colección de lápidas funerarias halladas con motivo de las excavaciones llevadas a cabo durante la posguerra en el campo de tiro de Montjuïc y por debajo de la actual carretera que conduce a él, donde hace siglos estaba situada la necrópolis judía que ha dado nombre a la montaña: aparecieron más de 170 enterramientos, con los pies apuntando hacia el este. Uno de los hallazgos más espectaculares fueron los pendientes de plata y los anillos de oro que se encontraron como restos de un ajuar. Uno de estos anillos de oro lleva una bella inscripción en hebreo: «Entre las mujeres de la tienda, Astruga sea bendecida«, uno de los nombres femeninos más habituales entre las antiguas judías barcelonesas.

Dos anillos de oro aparecieron en el mismo dedo de la mano derecha de una joven enterrada. Otro, de plata, posee una inscripción en árabe. Los pendientes no se conservan en demasiado buen estado, pero recientemente han aparecido en Girona otros muy semejantes y en perfecto estado de conservación, que ayudan a hacerse una idea de cómo eran en realidad.

También, durante las obras de reforma del Pati dels Tarongers, junto con los restos de los muros que rodeaban la judería aparecieron unas lamparillas cerámicas entre los restos de las antiguas construcciones.

Desgraciadamente, desde el desmantelamiento, ya hace demasiados años, de la colección permanente del Museu d’Història de la Ciutat, los anillos, pendientes, restos originales de los baños y lápidas judías ya no se encuentran en exhibición pública, a la espera de una nueva presentación museística.

Es bien conocida la lápida que se puede ver en la calle Marlet de la judería. Se trata de una copia que sustituyó a la original en 1981 (la original también se encuentra en un almacén del Museu d’Història de la Ciutat) y recuerda la fundación de un hospital auspiciado por Samuel ha-Sardí, uno de los miembros más destacados de la aljama de Barcelona durante el siglo XIII. En 1820 (fecha de la construcción del edificio donde se encontraba la lápida) se colocó al lado una extensa, pero errónea, interpretación de los caracteres hebreos, que tiene poco que ver con las traducciones autorizadas modernas.

El hebraista Eduard Feliu la ha traducido como: «Fundación pía de Samuel ha-Sardí; su luz arde permanentemente».

La gran mayoría de los ricos manuscritos iluminados de los judíos medievales realizados en Cataluña se encuentran dispersos en la actualidad por todo el mundo: la famosísima Hagadà de Barcelona en el Museo Británico, la Bíblia de Cervera en la Biblioteca Nacional de Portugal, la Guia dels Perplexos de Maimónides en la Biblioteca Real de Copenhague, L’Atlas català de Abraham Cresques en la Biblioteca Nacional de Francia…

Del rico patrimonio bibliográfico judío producido en juderías como la de Barcelona no queda prácticamente nada en los archivos y bibliotecas de la ciudad.

Lugar destacado para visitar

El que fuera el principal centro de la actividad judía durante el siglo XIII, actualmente pasa casi desapercibido entre las callecitas del Call o barrio judío. La Sinagoga Mayor de Barcelona es la más antigua de España e, incluso, de toda Europa y actualmente puede visitarse su planta subterránea. Lo más curioso es que, a pesar de la importancia del templo, la sinagoga fue descubierta casi por casualidad.

Los ataques al Call y el desmembramiento de la cultura judía en Barcelona hicieron que fuera perdiendo importancia hasta convertirse, primero en una tintorería, y más tarde en un depósito de materiales eléctricos.

Durante años nadie reparó en este espacio hasta que, a finales del siglo XX, unos estudios de la Asociación Call de Barcelona, demostraron que el lugar había sido el templo de culto judío y se procedió a su rehabilitación. Con el tiempo se realizaron unas excavaciones que descubrieron en el suelo de la sinagoga los restos de unas paredes romanas del tiempo del emperador Caracalla que datan, aproximadamente, del siglo II (actualmente están protegidas por un cristal y se puede caminar sobre ellas).

Su fachada principal está orientada hacia el sudeste mirando a Jerusalén. Junto a dos grandes vidrieras se ha colocado un candelabro de siete brazos (también llamado menorah), hecho en hierro forjado. A su lado también puede verse el “toral” donde se guardan los manuscritos del libro santo, la Torá.

Sinagoga Mayor de Barcelona
C/ Marlet, 5

•   Cómo llegar: Metro: Liceu (L3) y Jaume I (L4)
•   Precios: Entrada libre
•   Horarios de apertura: De martes a sábado: de 11:00h a 14:00h y de 16:00h a 19:00h. Domingos: de 11:00 a 14:00h
•   Sitio web: http://www.calldebarcelona.org

¿Por qué eran tan malos los judios?

¿Por qué fueron perseguidos hasta tal punto de producirse linchamientos en toda Europa? ¿Qué ocurrió en Barcelona?

Una de las causas de la crisis agraria de la Edad Media puede ser la disminución de la cosecha de cereales que sería, a su vez, consecuencia -por ejemplo- del periodo de malas condiciones climatológicas persistentes (sequías, lluvias a destiempo, agotamiento de los terrenos, crisis de subsistencias…).

Una gran cantidad de epidemias que sufrió Europa en el siglo XIV son conocidas como Peste negra. Aunque se sospecha que se trata de un conjunto de enfermedades bacterianas —generalmente variantes de la Peste pulmonar, como la Peste bubónica y la Peste septicémica; unidas quizá al Ántrax— que atacaban juntas, no hay una explicación definitiva. Estas enfermedades vinieron de Oriente transportadas por las ratas negras de los barcos y se habla de ella por primera vez en el año 1348. La peste tomó su nombre de uno de sus más terribles síntomas: unos ganglios, llamados bubones o landres, de aspecto negruzco que, si reventaban, supuraban sangre y pus. Otros síntomas eran, la fiebre alta, el dolor de cabeza, los escalofríos y los delirios. La mayor parte moría en un plazo de 48 horas pero, afortunadamente, una minoría lograba superar la enfermedad y sobrevivir, quedando inmunizados.

En el caso de España, se piensa que llegó por primera vez al puerto de Palma de Mallorca (febrero de 1348), de allí pasó a las costas del resto de la Corona de Aragón (mayo de 1348) y, poco a poco, fue penetrando hacia el interior favorecida por las malas cosechas y por las guerras civiles que sufrió la Península; en Castilla los datos son muy escasos, aunque sabemos que en octubre la enfermedad ha llegado a Galicia.

Las dificultades afectan sobre todo a la masa social, incapaz de hacer frente a las penurias y al alza de precios. La reacción suele ser la desesperación, provocando desórdenes sociales o el refugio en lo trascendente. Hay un ambiente general muy tenso, los grupos sociales toman conciencia de su identidad y luchan encarnizadamente entre sí. Por un lado, están los problemas étnico-religiosos y por otro las luchas entre diferentes comunidades sociales.

En general, los males se achacaban a algún tipo de castigo divino, es como si los cuatro jinetes del Apocalipsis se cernieran sobre la Tierra, lo que exacerbó la religiosidad popular, la superstición y el fanatismo. Por un lado, proliferan las rogativas y las misas, las procesiones de disciplinantes, vestidos con harapos, flagelándose y pidiendo perdón a Dios al grito de poenitentiam agite. Por otro, se produce una creciente tendencia a refugiarse en lo trascendente, a la búsqueda de respuestas en otra parte, desconfiando de la Iglesia; el caso más extremo (y en España muy minoritario) es la pérdida de confianza en la propia religión: la recuperación de la idea del Carpe diem, fielmente reflejada en el Decamerón de Bocaccio.

En cualquier caso, predominan las explicaciones supersticiosas y llenas de prejuicios, como quienes propusieron que un cometa envenenó el aire; pero la mayoría echó las culpas a las minorías no cristianas: moriscos y, sobre todo, judíos.

Las minorías religiosas son continuamente atacadas. Tradicionalmente se viene considerando que en la España medieval, y hasta el siglo XIV, cristianos, judíos y musulmanes habían convivido pacíficamente en un clima de tolerancia religiosa. Sin embargo, todo parece indicar que se daba una auténtica segregación racial. Cualquier adversidad podía provocar conflictos, como así ocurrió.

En los siglos XIV y XV, a raíz de la crisis que nos ocupa, el antijudaísmo comienza a calar en la sociedad española, sucediéndose episodios violentos. Con la guerra civil de los Trastámara, el aspirante Enrique utilizó el antisemitismo latente en los castellanos para conseguir partidarios: en 1367 sus tropas asaltaron las juderías de Briviesca, Aguilar de Campoo y Villadiego; y sus patidarios saquearon las de Segovia, Ávila y Valladolid. Toledo se llevó la peor parte. Al terminar la guerra, el rey quiso enmendar su política, pero el odio a los judíos había arraigado muy hondo y desembocó en los pogromos de Sevilla en 1391. Desde Andalucía, los disturbios pasaron a Castilla (Toledo, Madrid, Burgos, Logroño) y, desde allí, a Aragón, donde fueron saqueadas las juderías de Barcelona, Palma y Valencia, entre otras.

El mito de la profanación de la hostia por parte de los judíos surgió del mismo ritual cristiano, que traduce simbólicamente el vino en sangre y la oblea en carne de Cristo. En la Edad Media no fueron pocos los que vieron en ella manchas de sangre, atribuyendo a este hecho un carácter milagroso cuando posiblemente, según cuenta Tannahill (1976), se trataba de un fenómeno de putrefacción por la acción de un bacilo. Los judíos serían acusados reiteradamente de tratar de imitar esta ceremonia punzando la hostia para que manase sangre. En 1410, en Segovia los hebreos se conjuraron, al parecer, para ultrajar, quemándola, una hostia consagrada. Berceo (Milagros de Nuestra Señora) describe el episodio de un niño judío horneado por sus propios padres, aunque salió ileso, al confesarles que había estado oyendo misa y comulgando con los cristianos.

Se conocen numerosos relatos, más o menos históricos, en los que se vieron envueltos los judíos. En Cuenca circula la leyenda de los amores de un caballero cristiano, Fernando Sánchez de Jaraba, y una hermosa hebrea, Isabel. Dispuesta a contraer matrimonio, la muchacha se convirtió al cristianismo, despertando los celos de un pretendiente judío. Reunida secretamente la comunidad hebrea para juzgar su traición, la joven desapareció, corriéndose la voz de que había sido crucificada y enterrada. Los cristianos, inflamados por el rumor de que los judíos sacrificaban niños y doncellas en el transcurso de sus ritos, asaltaron la judería, provocando una matanza que ha pasado a los anales de la ciudad. Parecida leyenda es recogida por Bécquer en «La rosa de Pasión». En torno al año 1260 los judíos de Salamanca fueron acusados de raptar, robar y asesinar al hijo de un mercader, aunque luego se demostró que eran otros los culpables.

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