Por lo que se refiere a la leyenda de Santiago de Compostela, se dice que el Rey Ramiro había acampado con sus extenuadas tropas el 22 de mayo del 844 en las laderas de los montes Laturce y Clavijo. Cuando dormía, soñó que se le aparecía el Apóstol Santiago, quien le aconsejó emprender la contienda al día siguiente.

La Crónica del Rey Sabio habla de este hecho: «E los moros quando sopieron aquello, allegaronse todos en uno contra éste fueron muchos e demás e hovieron con él su batalla en un logar que dicen Alvella, e los Christianos hovieron lo peor de la batalla: e fueronse venciendo e tornando las espaldas poco a poco a los moros, fasta que llegaron a un collado a que dizen Clavijo e tomoles allí la noche… e faciendo sus oraciones adurmiose el Rey Don Ramiro, e vino a él el Apóstol Santiago…»

Clavijo es un municipio de la comunidad autónoma de La Rioja (España), situado en lo alto del final del estribo de los montes de Cameros que bajando de la cordillera Ibérica en dirección norte hacia el valle del Ebro, separa los valles de los ríos Leza e Iregua

En la obra de Joseph González de Texada (1702) «Historia de Santo Domingo de la Calzada, Abraham de La Rioja», hace, entre otras, esta referencia respecto a las palabras que el Apóstol dijo al Rey Ramiro I: «… Esfuerçate, y ten mucha confiança, que ciertamente yo seré en tu ayuda, y á a la mañana con el poder de Dios, vencerás la innumerable multitud de los Moros, que te tienen cercado… Y por que sobre esto no aya duda, vosotros, y los Moros me vereís manifiestamente en un Cavallo blanco, de blanca y grande fermosura y tendré un Pendon blanco, y recibireís penitencia, y después de celebradas las Misas, y recibida la Comunion del Cuerpo y Sangre del Señor, armada vuestra campaña, no dudeís de acometer á las bazes de los Moros, llamando el nombre de Dios, y el mio, que sabed por cierto, que los Moros caeran punta de espada».

Al Rey Ramiro I, cuando las tropas cristianas perdían terreno, se le aparece el Apóstol Santiago montado en un caballo blanco, luchando a brazo partido y causando muchas bajas entre los moros. Según cuenta la leyenda, 70.000 moros quedaron tendidos en el campo de batalla, mientras Santiago en forma de aparición grita: “Santiago y cierra España”. Esta frase es la que lanzaban El Guerrero del Antifaz y El Capitán Trueno, héroes de cómic de la posguerra española y el franquismo

Hasta fines del siglo VI no hay la menor mención documental a la hipotética presencia en España del hijo de Zebedeo. La primera alusión se encuentra en el Breviario de los Apóstoles, una obra anónima escrita en las Galias en la que se refiere que Santiago «predicó el evangelio a Hispania y a los lugares occidentales y difundió la luz de su predicación en el ocaso del mundo», y se cita que su cuerpo yace en un lugar denominado Aca Marmarica, enigmático topónimo cuyo significado nunca se ha esclarecido del todo. El escrito pretendía relatar la dispersión de los discípulos de Cristo, y algunos especialistas creen que las referencias geográficas eran una manera de subrayar que el mensaje de Jesús había sido llevado hasta los últimos confines: en un extremo, la India y en el otro, el Finisterre galaico.

Por esa misma época surgió en la Península otra tradición, que tendría menos fortuna y que de algún modo se fundiría con la jacobea, que atribuía la evangelización de España a Siete Varones Apostólicos enviados por Pedro desde Roma. Aunque esta leyenda se esparció por el sur, Isidoro de Sevilla prefirió dar verosimilitud en sus escritos a la versión del Breviario, que también encontró gran eco durante el siglo VIII en Asturias, la reserva cristiana frente a la invasión islámica.

Las bases del mito se consolidaron entre el 820 y el 830, cuando se data el hallazgo de su sepulcro en un monte en el que pocos años después nacería la ciudad de Compostela. El relato de ese descubrimiento pertenece casi por completo a la leyenda. Un ermitaño, también de nombre Pelayo, vio extraños fenómenos luminosos en el bosque cercano a su iglesia y recibió en sueños revelaciones angélicas. Avisó entonces a Teodomiro, obispo de Iria Flavia, quien, después de tres días de ayuno, ordenó rastrear la zona y halló entre la maleza un monumento funerario que al instante identificó como la tumba de Santiago. El rey de Asturias, Alfonso II el Casto, fue el primer peregrino que acudió a venerarla.

Para apuntalar el mito era preciso justificar cómo habían podido llegar hasta allí los restos de un personaje al que las Sagradas Escrituras daban por muerto en Jerusalén. De esa necesidad nació el fantástico relato de los siete discípulos de Santiago que recogieron su cadáver en Palestina, se embarcaron dejándose guiar por la Providencia, arribaron a Iria Flavia y allí se enfrentaron a dragones, a bueyes salvajes y a las artimañas de la gobernante del lugar, la reina Lupa, una pagana que acabó convertida al mensaje de Cristo. Tres de los discípulos murieron en Galicia y se enterraron con Santiago.

En los tres siglos siguientes, los sucesores de Teodomiro, obispos como Diego Peláez y Diego Gelmírez, explotaron el hallazgo para propagar la noticia por toda la cristiandad y erigir un centro urbano alrededor del mausoleo. Las peregrinaciones ya habían empezado a crecer desde fines del siglo X, cuando el papa León escribió una epístola a todos los reyes cristianos dando carta de naturaleza al descubrimiento. Y la leyenda siguió alimentándose de episodios más o menos falseados.

Sobre el año 1000 de nuestra era la llegada al reino astur de mozárabes huidos de las zonas dominadas por musulmanes, buscando poder practicar sus creencias cristianas, hizo que empezara a haber más peregrinos aún hacia Compostela, la supuesta tumba del apóstol Santiago. Parece ser que eso congratuló a Carlomagno, que quería defender sus fronteras de invasiones árabes, por lo que Compostela se convirtió progresivamente en un famoso centro de peregrinaje «obligado». La marca de Carlomagno, o mejor dicho su invento del Camino de Santiago, reforzaron la frontera contra los musulmanes, al convertirse esta franja en un lugar frecuentado por cristianos dispuestos a defender su fe y al apóstol.

En Hechos 12:2 leemos: “Y mató a espada a Jacobo, hermano de Juan”. Es decir, Herodes Agripa decapita a Jacobo, o sea Santiago Zebedeo. Luego se supone que esa cabeza o lo que sea viajará hasta Hispania donde se le dará entierro, lejos de la Tierra Santa prometida de los judíos, lo cual a todas luces sería bastante extraño para un devoto católico.

En 1982 se catalanizó el nombre de la estación de metro de Barcelona por el de Jaume I. En realidad esta línea de metro surgió en 1926 que formó parte de la línea III hasta 1970, que luego pasó a ser la línea IV.

Erróneamente la gente de Barcelona cree que la plaza Sant Jaume tiene algo que ver con el nombre de Jaume I. Pero no es así.

Santiago es un nombre muy popular en nuestro país, y que conoce muchos términos homólogos como Jaime, Jacobo o Diego. Todos provienen del nombre hebreo Iaakov, que significa ‘que Dios proteja’. En latín se tradujo como Iacobus, de donde procede la forma castellana Jacobo. Una variante de Iacobus era Iacomus, de la que deriva el español Jaime, el italiano Giacomo y el inglés James, entre otros. En catalán Jacobo sería Jaume. Es decir, en realidad a Santiago también se llama Jaume, y es así como se denomina en catalán al camino de Santiago: “camí de Sant Jaume”.

En la llamada Plaça de Sant Jaume de Barcelona, en la que tenemos tanto el ayuntamiento como el Palau de la Generalitat, se encuentra en uno de sus rincones, en concreto en el comienzo de la calle Ciutat, una estatua de Sant Jaume, el conocido matamoros, patrón de España.

En 1903 la llamada Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Barcelona, ahora llamada La Caixa, decidió ponerse bajo la protección de Santiago Matamoros, encomendando una escultura del mismo a Manuel Fuxá, que ya costó en su día 10.000 pesetas de la época.

Santiago Matamoros, subido en su córcel blanco y con la concha de peregrino a sus espaldas, no solamente está en la plaça Sant Jaume, sino que además lo tenemos en la iglesia de Sant Jaume, de la calle Ferran.

Justo en la entrada de esta iglesia se observa al conocido Santiago o Jaume, aplastando con su caballo la cabeza de un moro. Esta obra es de Aniceto Santigosa y es del 1878.

En 1394 se edificó la iglesia de la Trinidad en la actual calle de Ferrán, construyéndola sobre los restos de la sinagoga, llamada La Menor, situada dentro del Call Menor Call de Barcelona. Deben datar de entonces los cuatro primeros tramos de la nave gótica, en el lugar del quinto debía haber el ábside.

Tras el asalto al barrio judío el 5 de agosto de 1391, festividad de Santo Domingo, el barrio judío queda desmembrado, y el edificio fue cedido a unas monjas que levantaron un convento.

En 1522 pasó a los trinitarios, que establecen una comunidad, ya en funcionamiento desde 1529. Se amplió con nuevas dependencias conventuales.

En 1835, en la época de la exclaustración, habitaban unos 35 frailes, además de los novicios. Entonces, al desaparecer la comunidad, fueron derribados el claustro y otras dependencias, conservándose la iglesia, que pasó a ser la sede de la parroquia de San Jaume.

En la Parroquia de San Jaume conviven la Hermandad y Cofradía de Nuestra Señora de las Angustias, la Hermandad Nuestra Señora del Rocío de Barcelona y las hermanitas del Cordero, que la regentan.

Pero la historia de este lugar no acaba ahí.

Charles d’Espagnac fue un oscuro noble francés que había sufrido persecución durante la Revolución Francesa y que había emigrado a nuestro país. Aquí combatió contra sus antiguos compatriotas y se ganó una merecida fama de absolutista recalcitrante, llegando a participar en la célebre batalla de Bailén. Pero fue bajo el reinado del tiránico Fernando VII cuando afloró su verdadera personalidad de asesino demente y dipsómano. A pesar de ello, el rey Borbón le concedió el título de conde de España.

Al poco de comenzar su gobierno decide abrir expeditivamente la nueva calle de Ferran, un episodio que el escritor Marcel Fité contará en su novela «El carrer dels Petons». Para ello manda al ejército y hace demoler las escaleras de las casas afectadas. A los vecinos los sacan por la ventana, y cuando los padres de familia vuelven por la noche a su hogar, solo encuentran ruinas. Muy pocos podrán llevarse sus enseres personales. Fernando VII dirá de él: “Está loco, pero para estas cosas no hay otro”.

Concluyendo. La calle Ferran debe su nombre al rey Fernando VII, mientras que Santiago Matamoros, patrón de España, pasea a sus anchas por esta calle, aplastando moros, frente a la Generalitat de Catalunya.

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