La Inquisición es un procedimiento jurídico para poder juzgar los crímenes que, a juicio de la Iglesia, cometían las personas, con el poder de castigar al culpable de no seguir el catolicismo.

Todo aquel oponente a la ortodoxia católica era considerado hereje y por lo tanto un criminal, al cual se le debía aplicar duros castigos, e incluso la pena capital más ignominiosa y cruel. El pueblo llano compartía la misma opinión, por lo que generalmente coreaba, tanto el castigo infligido, como las ejecuciones que eran públicas.

Carlomagno, ya en el siglo IX, tenía muy claro el concepto de rebelarse contra la fe: era ir contra Dios y el príncipe; incluso creó una sociedad secreta llamada “La Santa Veemé”, por la cual unos emisarios especiales se introducían en todos los ambientes a fin de detectar “enemigos de la cristiandad” y aniquilarlos.

Posteriormente el papa Lucio III (1181-1185) y el emperador Federico I Barbarroja (1122-1190), se reúnen en Verona en el año 1184, para tratar sobre las herejías y contra los autores de estas, los cátaros, los autodenominados » buenos hombres». Aun se afianza el concepto herético en el año 1199 con el Papa Inocencio III (1198-1216), conceptuándola como crimen de lesa majestad del derecho romano.

Siguiendo la escalada legal del Santo Oficio, el Papa Gregorio IX (1227-1241), da forma definitiva al Tribunal de la Inquisición en el año 1231.

Pero quien verdaderamente pone en marcha de una forma eficaz la Inquisición, es el Papa Inocencio III, furibundo enemigo de los cátaros, a los cuales decide combatir a toda costa, con ayuda del rey Felipe II Augusto de Francia (1165-1223).

Los cátaros ya empezaron a ser un problema serio, pues su prédica les arrebataba «clientes». Será el dominico Domingo de Guzmán, quien fracase en el empeño de sus prédicas a los cátaros. Y es que el Languedoc aspiraba a una independencia del resto de Francia, y los cátaros tenían una clara culpa, por la cantidad y calidad de sus adeptos, tantos nobles como el pueblo llano.

¿Quién fue el primer inquisidor de la historia? Sí, el dominico Domingo de Guzmán.

Este domínico, curiosamente, se convirtió en santo, beatificado por Gregorio IX. Luego os explicaré cómo, porque es de risa.

Lo más intrigante es que la isla conocida ahora como República Dominicana (ya os podéis imaginar), antes conocida como La Española, tiene como capital el nombre de este sujeto, Santo Domingo.

Dejadme que os cuente algo. Todo exceso o crimen cometido por los indígenas cristianizados en América durante la colonización española, era castigado luego de su confesión auricular. El franciscano Bernardo Boyl, designado vicario apostólico, con poderes inquisitorios bajo la autoridad del Papa, impuso censuras eclesiásticas al Almirante Cristóbal Colón. Diego Colón, su hijo, pidió autorización para la búsqueda de herejes y lo hizo con una acomodada interpretación como gobernador de La Española. Y la primera solución formal, que no era generosa, la hizo del Padre de Las Casas, ordenando que dos de los judíos que le acompañaban fueran muertos en hoguera por herejes. Ni que decir tiene que a partir de ese momento la inquisición se ensañó a gusto con los indígenas y con el tiempo el país llegó a ser de los “dominicos”.

¿Desapareció la Inquisición de los dominicos con el paso de los siglos? No.

La Congregación para la Doctrina de la Fe es un órgano colegiado de la Santa Sede cuya función, custodiar la correcta doctrina católica en la Iglesia, está definida según el Artículo 48 de la Constitución Apostólica sobre la Curia Romana Pastor bonus, promulgada por Juan Pablo II el 28 de junio de 1988. Esta congregación es la sucesora de la antigua Sagrada Congregación de la Romana y Universal Inquisición.

Entre 1917 y 1966 centralizó la labor de prohibición de libros que hasta entonces ejercía la Congregación del Índice. Es decir, que como ya no pueden quemar personas, la función de la Inquisición del siglo XXI es decidir qué libros están prohibidos para los católicos.

Un santo canonizado por su olor

Os voy a explicar la historia de la canonización de Domingo de Guzmán, que llegó a ser santo por el olor que desprendía su cadáver. Y no es broma. He aquí la historia.

Pentecostés, año de 1233. Se reúne el Capítulo General de la Orden de los Predicadores (dominicos) en Bolonia bajo la presidencia de Jordán de Sajonia, sucesor inmediato de Santo Domingo en el generalato.

Estaban en la ciudad el arzobispo de Rávena, obedeciendo a las órdenes del Papa, y los obispos de Bolonia, Brescia, Módena y Toumay. Habían acudido más de trescientos religiosos de todos los países.

Dice el Beato Jordán: “Los Hermanos estaban intranquilos: oran, palidecen, tiemblan, porque temen que el cuerpo de Domingo de Guzmán, expuesto largo tiempo a la lluvia y al calor en una vil sepultura, aparezca comido de gusanos, exhalando un olor que disminuyese la opinión de su santidad”.

Atormentados por este pensamiento, pensaron abrir secretamente la tumba de Domingo de Guzmán, el burgalés. Se convino en abrir el sepulcro de noche. El 24 de mayo, lunes de Pentecostés, antes de la aurora, el arzobispo de Rávena y los demás obispos, el Maestro General con los definidores del Capítulo, el Podestá de Bolonia, los principales señores y ciudadanos, tanto de Bolonia como de las ciudades vecinas, se reunieron, a la luz de las antorchas, en torno a la piedra que cubría hacía doce años los restos de Domingo de Guzmán. En presencia de todos, fray Esteban, provincial de Lombardía, y fray Rodolfo, ayudados por otros varios hermanos, empezaron a quitar el cemento que sujetaba la losa.

Mientras la levantaban, un inefable perfume salió del sepulcro entreabierto: era un aroma que nadie pudo comparar a cosa conocida, que excedía a toda imaginación. El arzobispo, los obispos y cuantos estaban presentes, llenos de estupor y alegría, cayeron de rodillas, llorando y alabando a Dios. Acabaron de quitar la piedra, que dejó ver en el fondo el ataúd de madera que contenía las reliquias. En la tabla de encima había una pequeña abertura, por donde salía en abundancia el aroma percibido por los asistentes, y que creció en intensidad cuando el ataúd estuvo fuera.

Todo el mundo se inclinó para venerar aquella preciosa madera; raudales de llanto cayeron sobre él, acompañados de besos. Por fin, le abrieron, arrancando los clavos de la parte superior, y lo que quedaba de Domingo apareció a sus hermanos. No era más que osamenta, pero llena de gloria y de vida por el celestial perfume que exhalaba.

Sajonia se inclinó sobre aquellos restos con respetuosa devoción, y los trasladó a un nuevo féretro hecho de madera de cedro. Se cerró el féretro con tres llaves, entregándose una al Podestá de Bolonia, otra a Jordán de Sajonia, y la tercera al Provincial de Lombardía. Luego lo llevaron a la capilla, donde estaba preparado el monumento: éste de mármol, sin ningún adorno escultórico.

Cuando llegó el día, los obispos, el clero, los hermanos, los magistrados, los señores, se dirigieron de nuevo a la iglesia de San Nicolás, abarrotada ya de gente de todas las naciones. El arzobispo de Rávena cantó la misa del día, martes de Pentecostés, y por tierna coincidencia, las primeras palabras del coro fueron éstas: Accipite jucunditatem gloriae vestrae. «Recibid el gozo de vuestra gloria».

Ocho días después, a instancias de muchas personas respetables que no habían podido asistir al traslado, se abrió el monumento; Jordán tomó en sus manos la cabeza de Domingo de Guzmán, y la presentó a más de trescientos hermanos, que tuvieron la delicadeza de acercar a ella sus labios, y conservaron por mucho tiempo el inefable perfume de aquel beso a la calavera de Domingo de Guzmán.

Los perfumes embriagadores determinaron al Papa Gregorio IX a no retrasar más el asunto de su canonización. Por una carta de 11 de julio de 1233, comisionó para proceder a la investigación de su vida a tres eclesiásticos eminentes: Tancredo, arcediano de Bolonia; Tomás, prior de Santa María del Rin, y Palmeri, canónigo de la Santísima Trinidad.

Enviadas a Roma las declaraciones de Bolonia y Toulouse, Gregorio IX deliberó con el Santo Colegio. Un autor contemporáneo refiere que dijo en esta ocasión hablando de Santo Domingo: «No dudo más de su santidad que de la de los apóstoles Pedro y Pablo».

Consecuencia de todos estos procesos fue la bula de canonización, expedida en Rieti, el 3 de julio de 1234. Y a partir de ese momento Domingo de Guzmán pasó a convertirse en Santo Domingo de Guzmán.

¿Os ha gustado la historia? Pues en la foto tenéis la tumba de Santo Domingo de Guzmán, en Bolonia, Italia.

Los perros de Dios

La orden de los Dominicos fue la principal fuente de inquisidores. La Santa Inquisición, que “preservó” la fe durante años a través de la tortura, el castigo y la búsqueda incansable, y muchas veces injusta, del hereje. La más mínima mácula causaba que los perros de Dios cayeran sobre cualquiera.

Así les llamaban y como tales actuaban: los perros de Dios. Perros de presa, siempre vigilantes y dispuestos a atacar. Ahí reside la curiosidad. Los Dominicos deben su nombre a Santo Domingo de Guzmán. Domingo proviene del latín Dominicus (“del Señor”) y de aquí tenemos Dominicanus que es el nombre en latín de los Dominicos. Y es que en el medievo las gentes del pueblo llano los llamaba Domini Canes: dominus/canis; donde dominus es “Señor” y canis “perro”. Por lo tanto, no hay mejor nombre para los inquisidores dominicos que los “perros de Dios”.

Pero la Iglesia Católica no es tonta. Lleva siglos combatiendo herejías y haciendo desaparecer paganismos y burlas, a base de espada y buena mercadotecnia. ¿Cómo solucionó las burlas del pueblo hacia el concepto de “perros de Dios”?

La leyenda (primera hagiografía de Santo Domingo) narra una visión que su madre, la Beata Juana de Aza, tuvo antes de que Santo Domingo naciera. Soñó que un perro salía de su vientre con una antorcha encendida en su boca. Incapaz de comprender el significado de su sueño, decidió buscar la intercesión de Santo Domingo de Silos, fundador de un famoso monasterio Benedictino de las cercanías. Hizo una peregrinación al monasterio para pedir al Santo que le explicara el sueño. Allí comprendió que su hijo iba a encender el fuego de Jesús en el mundo por medio de la predicación. En agradecimiento, puso a su hijo por nombre Domingo, como el santo de Silos. Es un nombre muy apropiado, por cuanto Domingo viene del Latín Dominicus, que significa del Señor. Y mediante otro «sueño» se arregló el entuerto del origen de los Domini Canes.

Desde ese entonces, cuando a un dominico se le pregunta por los perros de su origen etimológico, ellos citan que lo de perros viene porque son los “vigilantes del Señor”. Con toda la caradura del mundo.

Santa Catalina y el Santo Prepucio

Cualquiera puede imaginar que la divinidad que se le atribuye a Jesús está proyectada también en ese trozo orgánico retirado de su órgano sexual, llamado el Santo Prepucio. Recordemos que los judíos se circundan, de modo que tendría que haber un pellejo de Jesús en alguna parte.

Algunos han pensado que también subió a los cielos para sentarse a la derecha del todopoderoso. Otros, como León Alacio en “De Praeputio Domini Nostri Jesu Christi Diatriba”, decía que el tejido santo se convirtió en los anillos del planeta Saturno.

Sin embargo el objeto tuvo existencia física como reliquia religiosa y fue adorado con fervor.

Su primer propietaria habría sido María Magdalena de la que se cuenta que utilizó el aceite de la redoma para ungir los pies y la cabeza de su amado. Desaparecido del mapa el prepucio divino y llegó en el siglo IX a manos de la emperatriz Irene de Bizancio, que se lo regaló a Carlomagno el día de su boda.

El emperador bizantino lo colocó en el altar de la iglesia de la Bendita Virgen María en Aquisgrán y más tarde, lo transfirió a Charroux, Francia.

En el siglo XII, el Santo Prepucio fue llevado en procesión a Roma.

Y en el siglo XIII se ostentaba en la iglesia de San Juan Laterano adosado a una cruz de oro con piedras preciosas. En 1427 se constituyó la primera Hermandad del Santo Prepucio. Se peregrinaba a Charroux, iglesia que presumía de tenerlo y que competía, no obstante, con otras, como la de Amberes. Porque parece que había más de un prepucio de su cristo.

Sin embargo habrían existido hasta 13 prepucios de Jesús. Estuvieron en la Basílica Laterana de Roma, Charroux, Amberes, Paris, Brujas, Bolonia, Bensançon, Nancy, Metz, LePuy, Conques, Hildesheim y Calcata.

El jesuita Salmerón consideraba que el prepucio divino era “el anillo de compromiso para sus esposas”, las monjas. “El fabricante de este anillo es el Espíritu Santo, su taller el purísimo útero de María”, decía.

Santa Catalina de Siena, patrona de Italia, se casó místicamente con Jesús. En una visión la Virgen Maria la presentó a su hijo Jesús y como señal del matrimonio, Jesús le entrega el anillo de casamiento confeccionado con piel de su prepucio diciéndole: “recibe este anillo como testimonio que eres mía y serás mía para siempre”.

Esta Santa, que gritaba rodando por el suelo y tenía visiones, afirmaba que llevaba en el dedo el prepucio del Señor, visible para ella, pero, lamentablemente, invisible para los demás. Y cuando su dedo, el de Catalina, también se convirtió en reliquia (como su cabeza), muchas beatas que lo adoraban llegaron a afirmar que allí veían el anillo de carne, o sea el Santo Prepucio.

Catalina murió en Roma el 29 de abril de 1380, a la edad de treinta y tres años. Pío II la canoniza en 1461, y el cuatro de noviembre de 1970 es declarada Doctora de la Iglesia por Pablo VI.

Dado que Santa Catalina era monja dominica, por eso muchos conventos o monasterios de los dominicos reciben el nombre de Convento de Santa Catalina. Y sabemos que los dominicos, los torturadores e inquisidores, todo lo que tenga que ver con vísceras y sangre, les motiva. Y sí, en Barcelona, hemos llegado a tener hasta tres conventos de la susodicha Santa Catalina, que explicaré en la próxima y última entrega por las desgracias que allí cometieron los dominicos.

El convento de Santa Catalina en Barcelona

Los dominicos llegaron a Barcelona, quizás gracias al interés del obispo Berenguer de Palou, cuatro años después que fuera fundada la orden en Toulouse. Éstos se instalaron en un primer momento en unas casas propiedad de Pere Gruny en el barrio judío y de la parroquia de Sant Jaume, en concreto en la calle Sant Domènec del Call (Santo Domingo del Call).

En 1219 el papa Honorio III había recomendado que se facilitara la entrada de los dominicos en España y en 1221 el mismo papa recomienda los predicadores al obispo de Palou.

Permanecieron en las casas de Pere Gruny hasta 1223 cuando se trasladan a una pequeña capilla que bajo la advocación de santa Catalina, según algunos autores cedida por la ciudad, se hallaba situada fuera de las murallas en el arrabal de Sant Pere. En breve se efectuaron algunas reformas en dicha capilla, y se debieron adecuar también las casas adyacentes a ésta como residencia de los frailes, y ya en 1223 Jaime I les concede el derecho de sacar agua del rec comtal para el consumo y para sus huertas.

En torno a 1240 se iniciarían las obras de una nueva iglesia, así como otras dependencias conventuales,;en abril de 1248 Inocencio IV formula una bula para la construcción de la «ecclesiam et alia edificia» de los predicadores de Barcelona, bula ratificada por otra episcopal con fecha del mes de abril del mismo año, y en julio el obispo Pere de Centelles da al convento 2.000 sueldos para la «sustentatione operis ecclesiae sancta caterinae». Aún en el mismo año se documenta el legado de Berenguer Gerard, quien hace levantar el altar de santa Catalina, con el compromiso de su hijo de pagar la sala capitular; se documentan también otros legados.

En 1262 el convento recibía una espina de la corona de Cristo (ejem), regalo de San Luis rey de Francia.

En el siglo XVI se efectuaron numerosas obras y ampliaciones, en un estilo todavía gótico: en 1529 se añadió la capilla de la Natividad; en 1534 la capilla de la cofradía de sombrereros; en 1545 el coro alto y un sagrario; en 1567 la capilla del Rosario; y en 1602 la capilla de San Raimundo de Peñafort, obra de Pere Blai, esta última en un clasicismo plenamente renacentista.

El convento se vio afectado por la desamortización de 1836, siendo derribado al año siguiente.En su lugar se construyó el Mercado de Santa Catalina, obra de Josep Mas i Vila y Josep Buxareu (1844-1848). El mercado fue reformado entre 1997 y 2004 por Enric Miralles y Benedetta Tagliabue; en el transcurso de las obras aparecieron diversos restos arqueológicos del convento.

Pocas instituciones tienen en su currículum el haber sido abolidas cuatro veces, y todas entre la alegría de la mayoría de los ciudadanos. La Inquisición estuvo activa en Barcelona desde el siglo XII al XIX, entre el desdén, cuando no terror, de los barceloneses y la poca atención de sus autoridades. Uno de los edificios emblemáticos hoy del Barri Gòtic la albergó, y a pesar del poco rastro que queda de ella, en la fachada permanece el escudo del Santo Oficio, curiosamente uno de los mejores conservados de España. Se encuentra en la calle Comtes, esquina Plaça Sant Iu, y es donde los dominicos ejercían su oficio.

El 14 de diciembre de 1487 la inquisición de los dominicos ya dictó su primera condena: 52 personas (28 mujeres y 24 hombres) fueron hallados culpables de ser judaizantes. Su castigo fue ser llevados en procesión desde el convento de Santa Caterina (Santa Catalina) a la catedral como penitencia. Y la institución enseguida dio muestra de su dureza: el 25 de enero de 1488 se dictaron las primeras penas capitales: dos mujeres y dos hombres fueron agarrotados en la plaza del Rei por el mismo delito, y luego sus cadáveres llevados al Canyet, donde se procedió a quemarlos.

El Canyet (que estaba en una parte de lo que es ahora el Poblenou) era una zona inhóspita fuera de las murallas y el lugar donde se arrojaban los cadáveres de los ajusticiados, y que la Inquisición escogió para finalizar su macabra puesta en escena, pues allí se levantaron sus hogueras en las que abrasar a los herejes y otros infelices que caían en las manos del Santo Oficio. El fuego era una muerta espantosa y extremadamente dolorosa, y en ocasiones quienes se veían abocados a él tenían la «suerte» de que se les diera garrote antes, para así proceder a quemar únicamente cuerpos sin vida. A veces, el brazo secular, para quedarse contento, se daba por satisfecho con achicharrar una efigie del reo, pues este había tenido la suerte de escapar antes de ser detenido.

En el catálogo de los delitos de los dominicos de Barcelona encontramos estos casos: luteranos, homosexuales, brujas, bígamos, musulmanes no convertidos y hasta 79 reos por bestialismo. Incluso los libreros eran vigilados para que no difundieran obras prohibidas, que, como los hombres, también acababan en la hoguera.

En 1487, la Inquisición de los dominicos se instaló en el Palau Reial, donde tenía su sede y hasta trece celdas para los detenidos. Los autos de fe tuvieron diferentes escenarios urbanos: la plaza del Rei, el convento de Santa Caterina (donde ahora está el mercado del mismo nombre), el Born, la catedral o la iglesia de Santa Àgata. La última víctima de la Inquisición en Barcelona fue Félix Duarte de Andrada, por criptojudío recalcitrante, pues ya había sido objeto de reconciliación en 1700. En 1726 se le dio garrote vil y posteriormente se quemó su cuerpo.

La Inquisición fue abolida en cuatro ocasiones: en 1808 (por Napoleón cuando invadió España, como medida reformadora), en 1813, en 1820 y en 1834, de forma definitiva. Tres veces renació de sus cenizas, cosa que no pudieron hacer sus víctimas. De esta macabra historia, en Barcelona aún queda un escudo, para recordar a tan sombrío tribunal: un Oficio no tan santo.

Uno podría pensar que los dominicos torturadores se fueron de Barcelona. ¡Pues la verdad es que no!

La Comunidad de Dominicos se restauró en 1889, y desde principios del siglo XX se ubicó en las calles Bailén y Ausiàs Marc.

Esta Comunidad es continuadora de una larga tradición de más de 800 años de torturadores, con figuras como Sant Ramón de Penyafort, Sant Francesc Gil de Frederich o el Beat Lluis Exart, entre otros.

¿Siguen ejerciendo sus actividades los dominicos? ¡Sí!

El que fuera Cardenal Arzobispo de Barcelona, Luis Martinez Sistach, nombró, el día 1 de marzo del 2010 al dominico Juan José Gallego Salvadores exorcista de la Archidiócesis de Barcelona. El nombramiento dice: “Arzobispado de Barcelona: Por el presente documento, y teniendo en cuenta el bien pastoral y atendiendo a las a las circunstancias personales del interesado: Concedemos al Rvdo P. Juan José Gallego Salvadores,OP, Licencia para hacer exorcismos (c. 1172 del Código de Derecho Canónico) en aquellos casos que, según su prudente criterio los considere necesarios, esperando que ejerza este ministerio como un eficaz servicio a la Iglesia, por un periodo de tres años. Luis Martínez Sistach. Cardenal Arzobispo de Barcelona. Por mandato del Señor Cardenal de Barcelona Sergi Gordo Rodríguez, Secretario General y Canciller”.

¿Exorcistas en el siglo XXI?

Pues sí, aunque parezca mentira. De acuerdo a estas historias, básicamente, en una posesión, un individuo sufre el ataque de un espíritu maligno, un demonio o hasta el mismísimo Satanás. Estos entes se introducen en el cuerpo de la víctima y comienzan a controlar el cuerpo con gran violencia, dejando a la persona inconsciente, provocando tremendos daños y hasta provocando la muerte del individuo, no sin antes causar profundos calvarios, entre otras cosas.

Teniendo en cuenta que Satanás es la conversión católica del antiguo Saturno, y Lucifer fue un demonio inventado por Jerónimo de Estridón en el siglo IV, a raíz de su extraña traducción del planeta Venus, mientras que Baal era el hermano de Yahvé en la época de Nabuconodosor. ¿a qué nos estamos enfrentando si los demonios son inventos de la religión?

Los pacientes afirman haber sido poseídos por un ser irreal que controla y ordena su obrar. Numerosas investigaciones se han desarrollado al respecto y contrariamente a lo que ocurre fuera del ámbito científico, desde las ciencias se encontró evidencia sólida capaz de demostrar que no tristemente, no se trata más que de una o varias enfermedades mentales, trastornos psíquicos, neurológicos y químicos a nivel cerebral. Todos los síntomas están directamente relacionados con casos de histeria, trastornos disociativos y hasta cuadros esquizofrénicos.

La contienda entre la psicología y la religión es muy dura en este punto. Mientras que un individuo enfermo, que requiere de un profundo tratamiento profesional, es visto como un paciente desde la medicina, para la religión es un ser poseído… por algo que ni siquiera existe.

Las alucinaciones, los espasmos, la automutilación y hasta los trastornos del habla son la pura evidencia de que algo en el cerebro está funcionando mal, no en el alma o en el espíritu. Un esquizofrénico, un epiléptico o hasta una persona con síndrome de Tourette, no está poseída, tiene un problema médico que únicamente puede identificarse y tratarse desde las ciencias.

El problema radica en que muchos de los poseídos son personas perfectamente normales, que a simple vista no presentan síntomas de paranoia. ¿Y entonces qué les ocurre?

Pues una simple cuestión de fe. Ellos creen estar poseídos por el demonio y hasta que el exorcista de turno no les convenza de lo contrario, estarán poseídos. Es decir, todo es una cuestión de religión.

¿Por qué no hay posesos ateos entre toda la literatura existente? Porque sencillamente un ateo no cree en estas cosas. Y eso demuestra a las claras que todo es una patraña, una absurda creencia de creyentes que les lleva hasta casos en los que no imaginaríamos que el cerebro fuera capaz de cosas así.

En resumidas cuentas, mientras los dominicos sigan existiendo, sus torturas modernas (ahora llamadas exorcismos) estarán presentes en estos siglos venideros. Es una pena que en una sociedad, supuestamente modernizada, demos pábulo a estos auténticos matarifes que se esconden bajo la religión.

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